El primer caso de éxito para la aplicación de blockchain fue Bitcoin.
Gracias a esta nueva tecnología, se creó hace 13 años el primer sistema de pago descentralizado y la primera moneda que funciona sin necesidad de intermediario.
Pero blockchain daba una serie de posibilidades infinitas, más allá de crear o transferir dinero. Y eso lo entendió el mundo con la aparición de Ethereum.
Ethereum fue la primera blockchain que sumó la posibilidad de crear programas dentro de su estructura. Es decir, no se limitaría solo a permitir transferencias P2P (persona a persona), sino que daría la oportunidad de crear mundos propios pero ahora descentralizados.
Esto se logró por la posibilidad de crear Contratos inteligentes o Smart contracts, que han dado pie a nuevos tokens y aplicaciones descentralizadas (dapp).
Recordemos que un smart contract es un acuerdo entre dos o más personas cuyos resultados se ejecutan automáticamente (sin necesidad de un tercero) cuando se cumplen las condiciones que están previamente programadas en blockchain.
Estos contratos se graban de forma pública e inmutable sobre la blockchain, que funciona como un gran notario universal, donde cada transacción es registrada de manera inalterable y es resguardada por una red distribuida de miles de computadores.
La posibilidad de crear estos smart contracts en una blockchain, les permitió a los desarrolladores construir cualquier programa a su antojo pero con la particularidad de que estos funcionarían en un registro distribuido por todo el mundo y no en un servidor central.
Por eso, con Ethereum nacieron nuevos proyectos de tokens, que empezaron a venderse entre 2017 y 2018 bajo la figura de las Initial Coin Offering (ICO) u Ofertas Iniciales de Monedas (por su traducción en español).
Las ICO fueron en sí mismas un fenómeno inédito para la adopción de criptomonedas. Con estas ofertas, los desarrolladores particulares de cada proyecto cripto podían recaudar fondos para financiarse a cambio de promesas de uso o derechos para los inversionistas.
Todo este desarrollo fue posible gracias a las blockchains de segunda generación, como Ethereum, que dotaron de más funciones a los nuevos proyectos del criptomundo.
Pero además, en las blockchains de segunda generación se popularizó un nuevo protocolo de consenso. Incluso Ethereum se ha propuesto abandonar el Proof of Work (PoW) de su progenitora para usar el llamado Proof of Stake.
El Proof of Stake (PoS) o Prueba de Participación (en español) es uno de los protocolos de consenso de blockchain más populares en la actualidad.
Esta forma de organización de un sistema blockchain apareció para reemplazar el Proof of Work (PoW) de Bitcoin con la intención de aportar mayor seguridad y escalabilidad.
A diferencia del PoW, en este nuevo protocolo se escogen aleatoriamente algunos de los nodos de la red (llamados validadores) según criterios propios, como la tenencia de criptomonedas y el tiempo de antigüedad operando.
Esto se traduce en un proceso más sencillo, participativo y amigable con el medio ambiente al no necesitar de tanto consumo eléctrico para el minado de criptomonedas en la red.
El protocolo PoS fue creado por el desarrollador Sunny King en 2011 y lo presentó formalmente en el whitepaper de PPCoin, proyecto con el cual pretendía solucionar algunos problemas del PoW.:
Dentro de las blockchains de segunda generación podemos sumar también a Ethereum Classic, NEO o QTUM.
A pesar de los grandes avances que representaron estas redes, muchas siguen teniendo problemas de escalabilidad, una razón que ha puesto en cuestionamiento el hecho de si lograran una adopción verdaderamente masiva.
Por esto han surgido nuevos proyectos que pretenden solucionar esta falla con herramientas más sofisticadas y novedosas, que hoy podemos identificar como el último avance de las cadenas de bloques: Blockchains de tercera generación.
¿Quieres saber en qué consiste este último grupo de blockchains? Te lo contamos a continuación.